Fetichismo
Tras leer Cosmos: una ontología materialista, de Michel Onfray, percibo que me ha entrado como una vena fetichista, una veneración, tal vez excesiva, por esta obra y una ilusión infantil por disfrutar de la primera edición española.
Cosmos no solo me ha reconciliado con la Filosofía, sino que ha logrado acercarme a la vida real y ello, en gran parte, se debe a la emoción que me produce el chorro de sinceridad que emana de las propias vivencias del autor, profundamente humanas. Ya desde las primeras páginas, Onfray nos revela lo que para él significó la muerte de su padre en sus brazos y la de su esposa, tras una larga y grave enfermedad. Este proceder no es frecuente hallarlo en los discursos de los filósofos que, normalmente, muestran actitudes más asépticas.
Con ello el autor, ya de entrada, nos acerca a la vida. A la nuestra, a la vida humana y, por ende, a la cósmica de la que es indivisible. Ese cosmos que “aunque no tenga confines, es el centro alrededor del cual evolucionamos un tiempo antes de desaparecer muy rápidamente. La muerte nos reunirá con la nada”. El autor parece interesado, dentro de esa defensa de la “filosofía popular”y materialista, en ayudarnos a los lectores a encontrar el sentido de nuestra vida.
La obra posee un valor cultural y enciclopédico enorme. No solo porque irradia sabiduría personal a raudales, sino porque el autor agradece, abiertamente, a grandes científicos e investigadores la ayuda recibida. No es menor el atractivo pedagógico. Estimo que, a efectos prácticos, ya ha tenido y tendrá consecuencias en mi vida.
Esos grandes temas universales, eternos y desarrollados en Cosmos: el tiempo, la vida, el mundo animal, el cosmos , lo sublime, resultan esenciales en nuestra existencia.
Todo ello me obliga a revisar, a reforzar, a reflexionar, sobre mi modo de estar en el mundo.
Continuará