Sala Bocaccio

Sala Bocaccio

23/04/2017 Literatura 0
image

Aún no había olvidado aquel día primaveral y cálido, allá por el final de la década de los sesenta. Había vagabundeado por las calles de Barcelona sin destino concreto, tras arrinconar los libros, después de intensas jornadas de estudio de exámenes trimestrales. Tiró Muntaner arriba hasta encontrarse con un ambiente animado delante de la Sala Bocaccio. Los pijos de la Facultad hablaban sin parar del ambientazo del local. Bajó las escaleras y entró sin pensárselo dos veces. La larga barra, decorada con terciopelo y con los taburetes a juego, le pareció espléndida y excesiva a la vez. Al aposentarse sobre el asiento, acertó a tocarlo con la palma de la mano derecha y tuvo la sensación de acariciar el pelo suave de una mujer.

 Miró el reloj, apenas no se había dado cuenta, pero era medianoche. Tendría problemas para acceder al Colegio Mayor. No le preocupaba: el truco de tirar chinitas del jardín a la ventana de la habitación para que bajase a abrir Víctor, noctámbulo genético, lo había aprendido de él. 

 Tardó unos minutos en acostumbrarse al ambiente brumoso del local. Le llamó la atención el porte de los camareros al dirigirse a los clientes: sin mover un ápice del cuerpo, parecían reverenciarlos. 

 – ¿Qué desea el caballero? – le preguntó con una sonrisa Profidén uno de ellos de patillas plateadas y pajarita de horizontalidad geométrica.

 – Una cerveza, por favor, muy fría si puede ser.

– La frialdad nos ayuda a enfrentarnos mejor a lo cotidiano.

No la había visto, de pronto había aparecido como un fantasma. Allí estaba ella: de pie, a su espalda y con una copa de champán medio vacía. La mujer enigmática acababa de aparecer de esta guisa en su vida.

Texto: Berta Pichel
Pintura: Taure Alonso

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *