02/03/2017 Literatura 0
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No había amanecido cuando se puso en marcha. Decidió desviarse de los pueblos y caminar por las áreas más abruptas con el fin de no perder de vista el entorno. Apenas había recorrido un quilómetro cuando aclaró la voz y, suavemente, entonó el tango de los recuerdos:
Caminito que el tiempo ha borrado
que juntos un día nos viste pasar,
he venido por última vez,
he venido a contarte mi mal.
A punto de despuntar el alba, contempló Ponferrada desde el Pajariel. La torre de la Basílica de la Encina se erguía orgullosa recordando el poder de la iglesia sobre la ciudad. En cambio, la fortaleza templaria, ubicada sobre el cerro paralelo al río, recordaba que nada es eterno. Su antigua pujanza se había desvanecido, transformada ahora en una especie de pradera desvencijada donde cada uno, a base de carretas, aprovechaba sus piedras y las reconvertía en construcciones más modestas.
Nía 

 Foto: Ponferrada desde El Pajariel (Berta Pichel)

 

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