12/03/2017 Literatura 0

Gracia
Hoy he soltado amarras y me he ido a comer con mis hijos al barrio de Gracia.Y Gracia tiene un sabor especial. Hay como una energía que te retrotrae al pasado. Al ayer, no muy lejano, del barrio obrero, revolucionario, artístico, bohemio. La Gracia del carrer del Perill, de La Fraternitat, de La Llibertat, de la Plaça del Diamant, de Verdi…
Esa Gracia donde la especulación también ha hecho estragos. Esa Gracia donde los vecinos aún engalanan sus calles, aún confraternizan en su famosa fiesta.
Esa es la Gracia donde trabajan mis hijos. En la que las antiguas fábricas se han reconvertido en centros artísticos, embriones de pequeñas y medianas empresas donde el talento y la nueva concepción del trabajo inyecta, cada vez más, luz en la oscuridad del mundo laboral de hoy en día en el que la clase obrera ha perdido muchos derechos.
Y en esa Gracia me adentro en uno de esos espacios; y subo al tercer piso donde se halla Runroom; y mi hijo y yo hablamos de mi novela; y Riki, un creativo diseñador amigo suyo, conecta con nosotros desde Donosti; y los tres reflexionamos; y a mí me parece un sueño.
Y eso es la felicidad. Esa vida inquieta, sencilla, ligera, creativa.
Y cuando salgo miro a Frida, la mascota que lleva toda una vida acompañándolos; la que recibe con alegría a los clientes; la que les da la bienvenida con su rabito juguetón; la que viene a mí porque me huele a Floc y la que hoy no me despide porque está en fase de relajación.
Frida y la felicidad.
Un modelo a ejercitar.

 

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