Estado de alarma

Estado de alarma

09/12/2016 Literatura 0

Ite missa est. Por fin, Don Fernando daba por acabada la misa. Se sintió aliviada.A la salida se palpaba un ambiente de preocupación. Un joven leía en voz alta un folleto pegado en la fachada del templo. Al acercarse, se enteraron de que era un decreto del Gobernador de León firmado el día anterior, nueve de diciembre. En él, cumpliendo órdenes del Ministerio de la Gobernación, se declaraba el estado de alarma para asegurar el orden público y prohibía la formación de grupos, el estancamiento en la vía pública, los derechos de reunión y manifestación, los de asociación y sindicación…

Nía esperó la salida de Araceli. Mientras, la señora Avelina decidía posponer la disputa con su hija y se acercaba a saludar a Don Lisardo, uno de aquellos señorones de Ponferrada que ella conocía de los tiempos de sirvienta en casa de los padres de Rita. El ricachón, rodeado de un círculo de oyentes respetuosos con su discurso, se explayaba en un análisis particular sobre la situación: “Os lo digo yo: esos demonios son peligrosos. No respetan ni la prohibición de reunión y manifestación del señor Ministro. El gobierno, con buen tiento, pone en marcha el estado de alarma para evitar males mayores. Ahora, los del Sindicato Unificado Minero han proclamado el Comunismo libertario en Fabero. Han cometido todo tipo de tropelías en la zona –bajó el tono de voz, miró alrededor manteniendo en vilo al público –. Lo sé de muy buena fuente. Esta noche ha sido horroroso. No les importan las muertes de la gente decente. No tienen ni vergüenza ni corazón. Solo entienden el lenguaje de las pistolas y de las bombas”

 

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