En Matarrosa del Sil

En Matarrosa del Sil

18/03/2017 Literatura 0
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Un
negrillo enorme, de amplias ramas y unos treinta metros de altura, dominaba el
centro de la plaza. En la zona norte se erigía la vivienda del maestro, una
edificación de planta y piso, heredada por su mujer de un tío abuelo solterón,
enriquecido en las Américas. A Nía le pareció que la casona desentonaba en
relación con las construcciones del entorno, mucho más modestas. Semejaba una mole
de piedra de planta, piso y un desván, coronado por un tejado de pizarra a
cuatro aguas. Accedieron al interior a través de un portón de nogal de dos
hojas, talladas con figuras de estrellas de tamaños diferentes. A Nía le llamó
la atención el llamador de hierro en forma de mano que aprisionaba una pequeña
esfera, perfectamente pulida y desgastada. Admiró la maestría de su creador, lo
acarició un momento. Una sensación de frescor extraño se apoderó de la palma de
su mano. Aunque el edificio le había resultado un tanto ostentoso en el
exterior, le encantó la decoración interior sencilla y sobria. La esposa de Don
Ernesto, una mujer pequeña y vivaracha de mirada penetrante e impregnada de un
fuerte olor a perfume de azahar, las condujo escaleras arriba. El matrimonio
les habían reservado las dos mejores habitaciones del primer piso. A Nía le
asombró la extensión del cuarto que compartirían ella y Ester, muy superior a
toda la planta baja de su casa. La inmensa cama de hierro estaba cubierta por
una colcha blanca de ganchillo, similar a la que Rita tenía en su habitación.
Sobre el cabezal un cuadro mostraba un ángel de la guarda custodiando en un
bosque a cuatro pequeños que jugaban a la gallinita ciega.

Fragmento eliminado de Nía
Fotografía: Restos del negrillo antiguo de Matarrosa y de la casa en los que me inspiré para mantener la fidelidad descriptiva.

 

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