El visitante

El visitante

28/12/2016 Literatura 0

“En los años cincuenta mis ojos infantiles se habían familiarizado con el entorno infinito del pueblo. Cada día, a modo de Pipi Calzaslargas, aguardaba un nuevo hallazgo.
El reto veraniego consistía en esperar a que todos durmiesen, a fin de burlar la hora de la siesta y sentarme en la puerta de casa a saborear la dosis diaria de azúcar robado, perfectamente medida y resguardada en mi puño derecho. Tal estrategia me permitía esconder, en caso de necesidad, el manjar en el bolsillo del babi.
De pronto, mis asombrados ojos se posaron en una extraña criatura que parecía salir del Averno. Un lagarto, como nunca había visto otro, campeaba ufano por el pequeño terreno delante de casa.
No era un reptil común, de los muchos que pululaban por todas partes. Era un lagarto inmenso, largo y robusto; de cabeza triangular amarillenta, cuello arrugado a modo de collarín barroco, cuerpo grisáceo con pintitas de colores que se contoneaba elegante sobre la pasarela de tierra en dirección el alto muro de piedra.
Allí, desafiando el ardiente calor de la tarde, se detuvo a contemplar el entorno cual vanidoso señor que vigila sus posesiones.
Mis ojos, magnetizados por tal criatura, permanecían abiertos, sin pestañear, no fuera a descubrir mi presencia y me lanzase certeros rayos de fuego desde aquellas pupilas infernales”.

Berta Pichel B.
Sant Pol de Mar a 29 de julio, 2016

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