08/08/2017 Literatura 0

El pequeño pueblo de Matarrosa semejaba un islote perdido y enclavado en un reducido valle entre montañas. El río Sil contribuía a agrandar la belleza del paraje al deslizarse con discreción por uno de los costados del pueblo a modo de coraza protectora. El verdor de las montañas de la margen izquierda, ocupadas en la parte baja con huertos, prados y bosques, contrastaba con el subsuelo rico en carbón de la franja derecha de aspecto negruzco.
En una primera impresión, el paisaje le recordó a Nía el pueblo de su madre, La Portela, rodeada de montañas y franqueada por el río Valcarce, pero era una aldea mucho más verde y sin el oscuro contraste generado por las minas que aquí se adivinaban cercanas.
Berta Pichel : “Cicatrices de charol”
Fotografía: Matarrosa del Sil en la actualidad

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