El Capitán Trueno

El Capitán Trueno

18/08/2016 Literatura 0
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De los nueve a los doce años, uno vive sin conciencia del tiempo ni de la época en la que le tocó nacer. ¿Acaso sabía yo algo de la dictadura, del señor Víctor Mora, creador del Capitán Trueno, del PSUC en el que militaba o de la censura franquista? No me fijaba en absoluto ni en quien escribía ni dibujaba aquello. Eso sí, yo vivía con la idea de “mi tiempo” que transcurría entre la escuela, el rato de deberes, las comidas y el juego. Jugar, jugar mucho con los amigos del barrio. Después, estaban los momentos mágicos de obligado cumplimiento, es decir, la lectura de los cuadernillos apaisados del Capitán Trueno.

Las protestas de mis padres, ante mi “manía” de leer mientras comía las lentejas o me encerraba con el tebeo tiempos muertos en el baño, eran el pan nuestro de cada día.

Yo solo tenía ojos para el Capitán Trueno. Él era mi héroe. Poco importaba la ausencia de color en las ilustraciones. El blanco y el negro invadían las planas, pero Él, y solo Él lo llenaba todo. Alto, guapo, risueño, fuerte, ágil, vestido como el príncipe soñado, dominando el movimiento y la espada…Yo, incluso sabía que, después de las refriegas, su sudor olía a romero.

¡Qué suerte tenía Sigrid, la reina de Tule! Ella era la amada de mi héroe. Por eso, cuando no aparecía en la historia, no la echaba de menos. El Capitán Trueno era mío. Envidiaba a Goliath y a Crispín siempre a su lado. Eran simpáticos y, además, lo apoyaban, lo defendían. Pero ¡él era único!

Una y otra vez releía las hazañas. Y siempre, siempre, acudía a Sito. Luisito, mi vecino, se parecía a Goliath. A él, sus padres  le compraban todos los números ¡y hasta los extras! “Sito, por favor, ¿me prestas estos  tres?” Y Luisito, con el muslo de pollo a medio morder y el tebeo abierto al lado del plato, me miraba con cara de fastidio y de comprensión al mismo tiempo. “Vale, pero devuélvemelos mañana”. Aquello no era un “Vuelva usted mañana”. Por ello, a la hora de la merienda, con ojos de María Magdalena, volvía a implorarle: “Sito, por favor, ¿me prestas otros tres?”

 

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