27/10/2017 Literatura 0
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“El bufido del caballo junto a su cara la sacó del adormecimiento. Se levantó temblando, le abrazó el cuello y él, agradecido, le pasó el morro por la cabeza. Lo cogió por las riendas y, despacio, se acercaron a Paradiña. Ya en la entrada, lo ató a un cerezo a fin de inspeccionar el pueblo. Recorrió con sigilo el lugar intentando encontrar signos de una herrería. Por fin, delante de una casa de piedra de planta baja, con cuatro escalones que descendían hacia el sótano, se encontró con el prodigio: un armatoste formado por cuatro pilastras verticales de granito, unos troncos encastrados en ellas y un yugo en la parte delantera. Sonrió satisfecha. Había encontrado el tesoro: un potro de herrar.”
Berta Pichel: Cicatrices de charol
Fotografía: Paradiña, de Isidro Canóniga

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