Recuerdos sin memoria
Montaña arriba, a lo largo de caminos de tierra recorridos por numerosos canalillos, vestigios de la erosión del agua, y durante todo el trayecto, Pepa la oyó despotricar varias veces en contra de los curas, de las monjas y, sobre todo, del marido muerto por haberla dejado sola ante las dificultades cotidianas. Tardaron una hora en llegar y ya entonces se encariñó también con la sombra de infinidad de pinos, bien diferentes a los castaños y nogales de su tierra natal, que reforzaron el mundo mágico de unos sueños fecundados con las lecturas de su admirada Enid Blyton.
El vestido de nylon con manguitas de farol se le enganchaba al cuerpo. Le costaba caminar con aquel calor sofocante y sentía como si unas burbujitas húmedas resbalasen jugueteando por la piel ardiente. La tía se detuvo en la planicie de una curva que giraba a la izquierda; colocó la maleta en las hierbas mustias del camino y señaló al fondo:
–Helo ahí –, afirmó arrastrando las palabras como si se hubiera quedado sin saliva –, acabamos de llegar al fin del mundo.
2 comentarios
Me ha encantado! !
Muchas gracias, Cruz.
Felices fiestas!