03/11/2016 Literatura 0

Niebla

De manera inevitable, cada vez que regreso a Ponferrada recuerdo a las personas amadas y desaparecidas.

Los bercianos compartimos con los gallegos esa “saudade", esa melancolía, esa sensación nostálgica de un pasado desaparecido.

Reencontrar el “paraíso perdido” en un día como hoy en el que la ciudad ha amanecido dominada por una niebla espesa, me ha resultado fácil.

La niebla lo desdibuja todo. Humedece el alma, empaña el rostro de mis padres, de mi hermana, de los amigos con los que compartía los juegos de la infancia, de los vecinos que sacaban las sillas a las puertas para conversar en tanto que los niños corríamos por el barrio hasta bien entrada la noche al grito de “ dos marinos en el mar”, mientras otras voces, ocultas en un pajar, tras unas zarzas o subidos a la copa de alguna higuera, cerezo o manzano, respondían en plan tenor colectivo: “otros tres en busca van”

La niebla empaña el paisaje. Las hojas caen y tiñen las calles de tonalidades rojizas, anaranjadas, amarillentas, ocres…

Y busco en la niebla, en esa niebla que lo emborrona todo

 

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