Nía
La multitud se fue diseminando por las diferentes calles. De pronto, Esther se puso a
gritar y a llamar a sus padres, los había visto caminar entre el gentío. Se adentraron por la
calle del Reloj hacia la Plaza de la Constitución. Nía distinguió enseguida la coronilla calva
y el pelo entre rubio y rojizo de Don Daniel junto con el moño alto de Doña Pilar. Ambas
avanzaron con lentitud entre la gente, los llamaban a gritos, pero solo cuando estaban a
unos veinte metros, lograron que se percatasen. Justo en el arranque de La Calzada hallaron
un espacio para saludarse.