El mundo gira…en autobús

El mundo gira…en autobús

25/01/2018 Mis microrrelatos 0

Día gris en Barcelona, sin embargo la jornada promete. Viajo en el autobús que realiza el trayecto Plaça Catalunya- Carmel, donde viven mis amigos.

En el recorrido,resurgen en mi mente momentos dolorosos del pasado en el que ellos me ofrecieron, y me lo siguen otorgando, todo su apoyo, todo su amor.

Ante mi mirada se suceden miles de edificios; en algunos balcones lucen banderas independentistas, en otros, españolas. La Escola Vedruna en Gran de Gràcia me recuerda las acusaciones de abuso de un profesor; siento aversión hacia el colega.

El autobús, indiferente a mis pensamientos, continúa con marcha sosegada y se detiene ante la parada de metro de Fontana. Regreso a la niñez cuando los tíos paternos o maternos me acompañaban al internado.

El clic del móvil me recuerda la movida que ha suscitado mi post del beso a la bandera española de Puigdemont. Mis amigos de facebook, independentistas o unionistas, entre ellos se sienten vejados, incomprendidos, situados al límite de su capacidad de tolerancia.

La isla interna del autobús que nos conduce hacia el Parc Güell, parece una oficina de la ONU con gentes de todos los lugares. Una pareja inglesa de mediana edad, sentada ante mí, come chuches ajena a mis cavilaciones.

En la calle, un anciano apoyado en un bastón, camina vacilante con la experiencia de una larga historia cargada en su espalda encorvada.

La inglesa, con acento evidentemente inglés, me pregunta: «Paggque Güell». Una, consciente de su analfabetismo en idiomas, le responde con una sonrisa y me capta al momento: «Los aviso cuando lleguemos». Sigue feliz, deglutiendo sus ganchitos con sabor aromatizado a jamón.

Los viajeros, junto con mi pareja inglesa, descienden ávidos de conectar con el universo gaudiniano. Leo una de las páginas del libro que me acompaña, «Las siete cajas», un repaso de la persecución de los judíos por los nazis: «En España, el 26 de enero de 1939 las tropas de Franco entraban en Barcelona. El piso de la calle Muntaner ya no olía a flores. Olía a miedo, a un terror frío, a un pánico gélido».

Hoy, setenta y nueve años después, habito en un trocito diminuto del mundo, en mi amada Barcelona. Siento el dolor de aquellas gentes, de todas las gentes. Y deseo, con todas mis fuerzas, que el odio no se encone en nuestro corazón.

Bajo del autobús y piso territorio del Pijoaparte, el joven del Carmelo que enamoró a la burguesita de «Últimas tardes con Teresa». Dos seres humanos, dos mundos opuestos, demostración de que el amor no lo puede todo. Sonrío. A los dieciocho años disfruté de la novela de Juan Marsé; aun así, continúo pensando que la fuerza del amor es la única capaz de destruir el odio.

El mundo gira. A pesar de todo, sigue girando, afortunadamente.

Y pulso el timbre de la casa de mis amigos, y escucho el sonido de siempre, y siento sus pasos acelerados. Y nos abrazamos. Y las sorpresas me esperan.

Fotografía: Una Barcelona gris desde la casa de mis amigos en El Carmel.

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