Mis hijos
Sí, lo sé y lo reconozco. Me había comprometido, con claridad y a pecho descubierto, a no pisar más Barcelona hasta que la turba de turistas mermase sensiblemente.
Confieso que no he mantenido mi palabra; entre otras cosas, porque las promesas están para no cumplirse. A estas alturas de mi vida, ya me he cansado de comprometerme. Declaro que, ya con los sesenta y cinco, he decidido liberarme de obligaciones.
Y heme aquí, hoy en pleno mes de agosto, dirigiéndome a la “Ciudad de los prodigios” de mi admirado Eduardo Mendoza, en un tren abarrotado de turistas, expresándose en lenguas de musicalidad diversa, que yo percibía cual grabadora ansiosa de llenar el vacío o el oscurantismo fonético –elija el lector la opción que considere más apropiada– con el que se nos instruía en idiomas extranjeros a los de las generaciones nacidas en el franquismo y, claro está, no formábamos parte de las elites.
A la una del mediodía enfilaba yo Paseo de Gracia. Me sentía una de las pocas representantes indígenas en medio de multitud de guiris, alineados en espacios diversos cual equipos amateurs: cafeterías, terrazas, tiendas de alto standing, edificios emblemáticos, grupos en plan “selfie”; tal hormiguero adobado con vendedores de objetos diversos, estatuas humanas, mimos más o menos divertidos o mendigos confesando de manera diversa sus penalidades.
Al adentrarme en las callejuelas de Gracia, uno se siente más libre, siempre que evite las “plazas emblemáticas”. Es todo un mundo Gracia. Uno puede pasar en cinco minutos del “Carrer de Santa Teresa” al de “El perill” y evocar el pueblo de los conventos y el de los libertarios; el de las beatas y el de los anarquistas o el de la burguesía y el de los obreros.
A todo esto ustedes, con muy buen criterio, se preguntarán sobre la relación entre semejantes avatares y el título del escrito. Bien sencillo: allí en Gracia trabajan “mis hijos”. Conste que he dudado si encabezar el escrito con el posesivo o con el artículo: “Mis hijos” o bien “Los hijos”. Ese sentido de la propiedad invade el lenguaje, sin embargo, hay algo tan tuyo en ellos o de ellos tan en ti que, mira por dónde, opté por elegir “mis hijos”. Esta decisión me ha arrancado una sonrisa.
Así pues, este mi primer “post”, se lo debo a ellos. Gracias, jóvenes, por ayudarme a iniciar mi andadura en “mi blog”. Siento como un hormigueo en el estómago. Hay proyectos que generan una gran ilusión. Este es uno de ellos. Tenéis un nuevo “hermanito”, porque es un hijo al que prometo cuidar.
Fotografia: Carrer del barri de Gràcia