Esa colcha de ganchillo

Tú, blanca campiña de nieve,
extendida sobre mi lecho,
eres testigo solitario del frío helado,
clavado en cada célula de mi cuerpo,
desde que partió.
Te contemplo en este instante,
acicalada
con múltiples rostros estrellados,
cuadraturas exquisitas,
de firmamentos laborados con primor.
Cómo no percibir, madre, tu espíritu en el objeto?
Mi imaginación labora,
infructuosamente,
otra tela de Penélope,
inacabada, como mi vida.
Descanso bajo su amparo,
protegida, madre mía, por tu cosmos
ya finiquitado.