El fragmento

Tras fijar la vista en aquel fragmento un buen rato, lo cerró de golpe. Apenas había leído unas páginas cuando se encontró con el párrafo, madre de todos los párrafos. Supo, sin dudarlo un segundo, que la clave estaba allí. El autor, el filósofo Onfray, recordaba la, al parecer, maravillosa relación con su padre. Permaneció un tiempo, no sabría decir cuánto, de pie frente al ventanal y de espaldas al libro abandonado sobre la mesa. Lo invadía una sensación extraña, como burbujeante. A veces, se le ocurrían cosas absurdas que algún psicólogo había calificado como “imágenes oníricas que surgen de nuestro inconsciente y es preciso interpretar”. Lo cierto era que, a sus espaldas, el libro actuaba como un imán magnetizador de su cuerpo, recuperaba vida por momentos y se convertía en una malévola caja de Pandora capaz de esparcir todos los males sobre su espacio de confort.
Perder el alma