Decepción

Decepción

26/06/2018 Mis microrrelatos 0

A los diez años descubrió a Marisol, su ídolo infantil; de eso hacía ya la friolera de cincuenta y seis. La pequeña con la mochila escolar a la espalda que acababa de subir al vagón en la estación de Sants, le recordó a la niña prodigio de “Ha llegado un ángel”. La fascinación que ejerció sobre ella en la preadolescencia, había generado la primera de sus decepciones, al menos de las conservadas en su memoria. Mirarse al espejo y comprobar el nulo parecido con la modelo, la enfurecía. El mundo era injusto: su cara nada tenía que ver con el rostro de querubín de la actriz: ojos azules, rubia, sonrisa angelical, de voz fuerte y segura “Hola, hola, hola, no vengas sola…” No, el Destino, Dios o el Universo –expresión propia de los últimos tiempos bien alejados de aquellos otros– no le había concedido tales gracias. Nada de pelo rubio, ni tan siquiera de un moreno despampanante, sino de un vulgar tono castaño; y ¿qué decir de la voz? Jamás olvidaría la cruda definición que doña Agustina, la profesora de música, había enviado a sus padres: “Disonante, con acusada incapacidad auditiva”. Dos años después, una cierta alegría resentida se apoderó de ella cuando, gracias a la revista El mundo juvenil, se enteró de que su adorada Marisol se llamaba en realidad Pepa. A las dos las habían bautizado con el mismo nombre insulso y ordinario. “No se consuela el que no quiere”, repetía con frecuencia la abuela, cafeinómana impenitente, tras saborear un sorbo de café e ignorando cómo el gusto amargo del desencanto iniciaba la acampada en la vida de su nieta.

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