04/11/2016 Literatura 0

De lo que fue y no es

Ignoro el motivo por el cual, en determinados momentos, uno realiza conexiones neuronales entre situaciones, objetos o personas sin relación aparente.

Desafiando la llovizna intermitente e inoportuna con la que se ha despertado hoy Ponferrada, me he lanzado a recuperar rincones amados con la consciencia de la fugacidad del tiempo.

Al pasar por delante de la que fue mi segunda escuela, entre los nueve y los doce años, recordé los versos De Francisco de Quevedo:
“Miré los muros de la Patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados…”
Y allí estaba ella, la sede de una humilde academia de barrio de principios de los sesenta, la “Academia Magister”. Junto con los dos edificios de izquierda y derecha, en otro tiempo centros comerciales con mucha vida en el barrio: el bar del señor García y la chatarrería de la señora María, hoy, permanecen los tres tristes, abandonados, con una arquitectura degradada en extremo. Por un momento, me recordaron la Pasión de Cristo, envejecidos, ajados, testigos mudos de un pasado que fue y ya no es.

La “Academia Magister” fue uno de los centros expresión de la cultura y la alegría infantil de Flores del Sil. De una muchedumbre de críos nacidos en los cincuenta y en los sesenta que celebrábamos el recreo en las aceras de la carretera que comunicaba Ponferrada con la provincia de Orense, hoy Avenida de Portugal. La autonomía, la responsabilidad o, tal vez, los ángeles de la guarda, jamás permitieron ni un accidente de los cientos de críos que allí estudiábamos.

Y, precisamente allí, uno de mis grandes maestros, Don Daniel, acompañado por su esposa Doña Gloria, nos enseñaron geografía, aritmética, lengua, religión…aquella especie de “trivium y quadrivium” de la educación franquista de la época. Pero, sobre todo, nos educaron en la sensibilidad, el respeto, la filantropía.

Hoy, al igual que yo misma, la escuela tiene arrugas y la cabeza cana. Sin embargo, no he podido evitar el fotografiarla. A pesar del deterioro, yo solo puedo contemplar la belleza de mi academia y recordar a mis maestros. Es una mirada de amor, de agradecimiento, de inmensa ternura.

Y camino, y la dejo a mis espaldas. Ella me mira, me sonríe, estoy segura de ello. Está en la UCI y yo he querido inmortalizarla, rendirle el homenaje que se merece. Y sigo adelante, y me pregunto: cómo es posible que el barrio no haya dedicado una calle, una plaza, una escultura, algo, a la memoria de Don Daniel?

En todo caso, mi agradecimiento por haber formado parte de mi vida.

 

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